Dentro del claustro.
Envueltos en soledad,
dos seres se dejan llevar
por la pasión prohibida
del delicioso pecado.
Las envolturas del cuerpo caen
y dejan al descubierto
sus cuerpos desnudos.
El fuego quema,
y sus manos recorren
el camino de la lujuria.
Los dedos ansiosos
acarician las mejillas,
recorren el suave cuello
y siguen bajando,
buscando ese lugar,
ese punto estimulante,
que detonará la llama
del fuego del deseo.
Ella siente en su carne
la corriente prohibida,
que llega donde nadie
ha tocado nunca.
Su ser se derrite
ante el toque de la impúdica caricia.
Sus pezones se enderezan
en muestra de ardiente deseo.
El experimentar lo desconocido
despierta su morbo,
y ella en su nueva experiencia
se deja llevar por su instinto.
El sigue recorriendo su cuerpo,
llegando a sus pechos,
que lucen imponentes,
como las montañas inescalables.
Recorre el dulce camino
bajando hacia el sur,
donde sus hábiles dedos
llegan al ombligo.
Continúa su ruta
hacia la ansiada fruta.
Ella se estremece
ante la vil caricia.
Ella en su inexperiencia,
permite la instrucción
y aprende que su boca
puede dar un bello placer.
El aliento tibio
y su lengua mojada
recorren de arriba abajo,
tan delicado como un experto pintor
haciendo estragos en el clítoris erguido.
Su garganta emite gemidos de placer,
mientras su cuerpo responde y se rinde
ante el mástil que busca entrar,
como un majestuoso taladro,
barrenando la pared,
que hasta hace unos momentos,
se mantenía casta y pura.
Sus cuerpos se entrelazan
como dos serpientes en celo.
En la más completa soledad,
aquellos dos cuerpos se dejan arrastrar
por la deliciosa lujuria
que los llevó al inevitable
camino del pecado.
El orgasmo intenso
se hace sentir.
Sus líquidos se derraman,
y recorren sus entrañas.
Pecatus consumatum.
Ya nunca volverán a ser los de antes,
pues el humilde sacerdote
y la casta y pura monja
han sentido el inevitable
toque del pecado.
SIENTE EL TOQUE DEL PECADO
Envueltos en soledad,
dos seres se dejan llevar
por la pasión prohibida
del delicioso pecado.
Las envolturas del cuerpo caen
y dejan al descubierto
sus cuerpos desnudos.
El fuego quema,
y sus manos recorren
el camino de la lujuria.
Los dedos ansiosos
acarician las mejillas,
recorren el suave cuello
y siguen bajando,
buscando ese lugar,
ese punto estimulante,
que detonará la llama
del fuego del deseo.
Ella siente en su carne
la corriente prohibida,
que llega donde nadie
ha tocado nunca.
Su ser se derrite
ante el toque de la impúdica caricia.
Sus pezones se enderezan
en muestra de ardiente deseo.
El experimentar lo desconocido
despierta su morbo,
y ella en su nueva experiencia
se deja llevar por su instinto.
El sigue recorriendo su cuerpo,
llegando a sus pechos,
que lucen imponentes,
como las montañas inescalables.
Recorre el dulce camino
bajando hacia el sur,
donde sus hábiles dedos
llegan al ombligo.
Continúa su ruta
hacia la ansiada fruta.
Ella se estremece
ante la vil caricia.
Ella en su inexperiencia,
permite la instrucción
y aprende que su boca
puede dar un bello placer.
El aliento tibio
y su lengua mojada
recorren de arriba abajo,
tan delicado como un experto pintor
haciendo estragos en el clítoris erguido.
Su garganta emite gemidos de placer,
mientras su cuerpo responde y se rinde
ante el mástil que busca entrar,
como un majestuoso taladro,
barrenando la pared,
que hasta hace unos momentos,
se mantenía casta y pura.
Sus cuerpos se entrelazan
como dos serpientes en celo.
En la más completa soledad,
aquellos dos cuerpos se dejan arrastrar
por la deliciosa lujuria
que los llevó al inevitable
camino del pecado.
El orgasmo intenso
se hace sentir.
Sus líquidos se derraman,
y recorren sus entrañas.
Pecatus consumatum.
Ya nunca volverán a ser los de antes,
pues el humilde sacerdote
y la casta y pura monja
han sentido el inevitable
toque del pecado.
SIENTE EL TOQUE DEL PECADO
by
Malakay Lonewolf Kieru
academiaoscura wrote on Nov 12
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